martes, 8 de abril de 2014

Reflejo y reconocimiento en el proceso psicoterapéutico 4

Veamos ahora de qué forma el sujeto emprende el camino, con qué armas, cuáles son las operaciones que realiza en esa búsqueda de unidad. Veremos así dónde se puede interrumpir el camino, qué tipo de sufrimiento se desencadena. Cómo ese sufrimiento se manifiesta dentro del espacio de cura que pretende ser la psicoterapia.

Utilizaré los términos "reflejar" y "reconocer" para ilustrar mi pensamiento. No hay ningún carácter de necesidad en ello. No son ni tan siquiera términos en boga en el ámbito psicológico. Pero si hablamos de espejo, de imágenes, quizá podamos referirnos adecuadamente al mundo de imágenes de la psique, sin duda uno de sus más plausibles contenidos. Por otro lado, vivimos actualmente en un mundo de comunicaciones por imágenes. Quién sabe si la excesiva exposición a esa lluvia exterior no pueda estar desviándonos siempre más del camino de búsqueda de unidad.

Reflejar significa "rechazar una superficie en cierta dirección, determinada por leyes físicas, cualquier radiación u onda que llega a ella; como la luz o el sonido"(1) o, en lenguaje corriente, "devolver una superficie brillante, como el espejo o el agua, la imagen de un objeto" (2). También significa espejar de nuevo, repetir una operación de búsqueda o producción de imágenes. El campo semántico de reflejar se abre en la dirección de reverberar, de refractar, de repercutir, sea en sentido directo, indirecto o reflexivo. En último término, reflejar puede llegar a significar el cumplimiento de un acto o gesto destinado a representar el significado de una cierta cosa. En ese sentido reflejar está emparentado con expresar y con mostrar (3 y 4).

Pero concentrémonos en el significado corriente de la palabra reflejar, o sea, ese devolver una superficie brillante, como el espejo o el agua, la imagen de un objeto. Lo primero que llama la atención es el sujeto de la acción. Una superficie brillante, como por ejemplo el espejo o el agua, devuelve las imágenes de un objeto. Es propio de esa superficie brillante ejecutar ese tipo de operaciones. Preguntémonos ahora cuáles pueden ser esas "superficies brillantes" y cuál relación puedan tener con el ser humano. Los ejemplos, aun escuetos, ya nos abren una posibilidad. El espejo y el agua. Pero el espejo es un producto del hombre, no es como el agua, que representa la mayor parte de la naturaleza terrestre, incluidos nuestros cuerpos. Los dos reflejan, eso sí, pero el agua no está hecha para reflejarnos: sirve, entre otras muchas cosas, para reflejarnos, pero sirve también para humedecer, para pescar, para preservar las costas, para eliminar la sed, para cocinar, para limpiar nuestros cuerpos y nuestros utensilios, para la experiencia de suspenderse en ella —para nadar o navegar—.

El ser humano siempre ha tenido y tiene una relación especial con el agua. Una buena parte de los ritos se fundamentan en ella. Muchos conflictos entre poblaciones vecinas han tenido y tendrán su explicación en el abastecimiento de agua y en el diferente entendimiento respecto de las fronteras marítimas. El agua, entonces, no es un elemento especializado en reflejar imágenes. Tiene muchísimas otras propiedades y valores, como apenas hemos esbozado. Quizá por ello, en un determinado momento de la historia del hombre, se tuvo la necesidad de inventar un objeto exclusivamente reflejante, siempre a mano, para beneficiar de esa expectativa en cualquier momento, adonde el hombre estuviera, sin tener que emprender el camino (imaginemos que, a veces, había que alejarse del poblado para alcanzar el arroyo, el lago, el agua del mar). ¿Por qué el hombre tuvo necesidad de inventar el espejo? ¿Qué tipo de deseo, respecto al agua, éste llegaba a satisfacer? Dejemos responder a Séneca:

"Ya que el amor ínsito en el hombre por sí mismo daba placer a los mortales al ver su propio semblante, ellos volvieron cada vez más la mirada a aquellas superficies en las cuales vieran sus imágenes" (5) Esta cita da razón de una necesidad creciente de los hombres de ver reflejadas sus imágenes. Pero no dice nada respecto de la invención del espejo. Continuemos con Séneca, ahora parafraseado por Luisa Martina Colli:

"Al principio, en efecto, el espejo de los hombres era algo prestado por la naturaleza misma: era el AGUA. Sobre el agua, el espejo era el confín entre la profundidad invisible y secreta y la exterioridad de los cuerpos y de los objetos reales. Pero en tiempos sucesivos la avidez empujó a los hombres a excavar las profundidades de la tierra y a violar el carácter secreto de la naturaleza, para apoderarse de lo que ésta había querido que quedase velado. El hombre aprendió a extraer y a fundir los metales, a construir armas y objetos. Con los metales, el hombre aprendió también a fabricar los espejos, pero contemporáneamente se olvidó siempre más del sol y de los astros, se olvidó de conocerse a sí mismo, perdió el contacto con la naturaleza. Mirándose siempre con mayor frecuencia al espejo, el hombre acabó, de esa manera, abandonándose a la vez, sea al amor de sí, que al olvido de sí mismo" (6).

Autor: Dr. Ricardo Carretero G.
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