lunes, 14 de abril de 2014

Psicoterapia 3

La acción oculta de las palabras
Llegado el momento de hablar de lo que ocurre en la sede psicoterapéutica, es forzoso precisar que no siempre la acción durante la psicoterapia se evidencia a través de palabras o discursos. Está claro que en uno y otro lado existen otras modalidades de comunicación que se manifiestan con tanta evidencia como las de la palabra. Baste pensar en los gestos, los hábitos de posición, las tonalidades de la voz o las miradas. Son ejemplos de la llamada comunicación no verbal. Nadie duda de que representen acciones valorables dentro del marco psicoterapéutico, aunque acaben en más de una ocasión por ser verbalizadas o, en el peor de los casos, por ser reconocidas sólo en la persona del paciente.

Introduzcamos pues el momento cero de cualquier psicoterapia. Se encuentran dos psiques personales, la del paciente y la del terapeuta, bajo la premisa de la búsqueda de la transformación de una de ellas –la del paciente- gracias al efecto de su relación con la del otro –la del terapeuta-. Eso debería introducirse en la autobiografía de aquél de manera que viera aliviados sus sufrimientos

El paciente actúa y relata sus vivencias. El terapeuta acoge, escucha, observa e indaga partiendo del relato autobiográfico que ha hecho el paciente. Las dos psiques se han puesto ya en acción, a la espera de desarrollar sus presupuestos. Poco a poco, el terapeuta sintetiza delante del paciente el resultado de sus observaciones, a la vez que instaura un mecanismo que le sirva para informar de los métodos de que dispone.

Palabras de un lado y palabras del otro. Se habla de la vida, del sufrimiento existencial del paciente, de sus posibles causas y de sus extensas consecuencias. Todo esto en los tiempos estipulados, en la sede estipulada, sin contacto directo del terapeuta con la vida real del paciente. La acción autobiográfica del uno y aquella autobiográfica y técnica del otro se van desarrollando así por lo más mediante las palabras.

¿Cómo hace la psique del paciente, anclada en una problemática de la que hasta ahora no ha hallado solución, para saber lo que decir en un tiempo por lo general tan estrecho? ¿Cómo sabe qué es lo que le va a sacar del atolladero, si lo que sucede es que puede estar negándoselo por razones ocultas de terror o conveniencia? Y el terapeuta, ¿cómo lo puede ayudar si no se le ha relatado o no consigue hacérselo relatar a través de preguntas dirigidas al paciente lo que, según su inevitable método o teoría, debería ser la causa primaria de aquel sufrimiento? Conviene de nuevo recordar, nunca es suficiente, que tan psique es la del paciente como la del terapeuta. Y la de este último, es obvio, también podría estar anclada en un prejuicio y estar negándose lo que para otro terapeuta sería evidente. Eso es imaginable, en cualquier caso y con cualquier nivel de experiencia y de método. Lo cual conllevaría a la ausencia de acción verbal respecto de aquel problema. Cualquiera que se adentrase en el inmenso bosque de las teorías psicoterapéuticas, entendería que cada una de las divergencias, es más, la divergencia de base del lenguaje teórico con que se estructuran sobre la idea misma de psique, implica necesariamente la parcialidad y valor relativo de cada una de ellas. Pero cada una habla de aspectos posibles con que se desarrolla toda psique humana. Cada teoría explica una vivencia psíquica correspondiente a la autobiografía de su autor sumado al bagaje personal de sus experiencias clínicas. Cada una de ellas, también, deja de lado necesariamente aspectos interesantes de las demás.

Pero la pregunta es la siguiente: ¿la única acción en una psicoterapia es la desarrollada por los relatos que paciente y terapeuta hacen sobre la psique de aquél?  La capacidad terapéutica de un profesional, ¿se mide sólo por lo que él mismo puede conceptualizar de su método o por cómo verbaliza la experiencia terapéutica? Y si preguntamos a un paciente que ha satisfecho sus aspiraciones respecto de la psicoterapia, ¿sabría expresar la vía por la que ha llegado al bienestar? O, rizando más el rizo, ¿atribuiría a unas palabras concretas o a una teoría concreta la labor efectuada por su terapeuta? Está claro que en muchas ocasiones la palabras no pueden hacer más que atribuirse el papel de metáforas de algo mucho más complejo, a veces desconocido, que no puede hallar por sí mismo de forma directa una expresión evidenciada, sino a lo máximo sugerida, suscitada, casi simbolizada en su carácter abstracto e indecible.

Porque la relación tempestuosa de un sujeto joven con su madre no siempre corresponderá a una verdad prefijada en el saber del psicoterapeuta. Para unos encontrará expresión en el mito de Edipo, en la ambivalencia de su relación con el seno materno, o en una visión narcisística de su personalidad, o en una conflictualidad con la Gran Diosa, o en la búsqueda frustrada de su retorno al antro materno, o en una fragmentación del Yo, o del Sí-mismo, etcétera, etcétera. Pero cada una de esas imágenes, pertenecientes al método y saber del psicoterapeuta, serán entendidas o acogidas por el paciente, el cual las filtrará y devolverá a la dimensión autobiográfica donde se encontrará con una nueva lectura causal de ese problema de relación que bien poco tenía que ver con dimensiones míticas o semánticas. Después de hallar esa nueva lectura, la totalidad de la psique del paciente variará bajo su impacto y, consiguientemente, ampliará sus horizontes hasta el punto de introducir cambios en la expresión subsiguiente de su autobiografía. ¿De qué modo una lectura causal –la relación entre el problema particular y una dimensión, mítica, por ejemplo- es capaz de introducir cambios en la óptica del problema por parte del paciente hasta el punto de transformar su psique y la dimensión autobiográfica futura? Y viceversa, ¿cómo logra el terapeuta, valiéndose de un método y de unas teorías, remitir el problema particular que se le está relatando a una lectura general, mítica, del Yo, de la Gran Diosa, de forma que eso cure y transforme la psique afligida de su paciente?

¿Cuál es la vía, entonces, recorrida por la psique entre la constatación de su sufrimiento, la autobiografía que lleva a manifestarlo, la búsqueda y encuentro de nuevas lecturas, el acceso a una metodología más o menos eficaz plasmada por su terapeuta y la sensación de haber resuelto el sufrimiento? El paciente amolda su psique a la experiencia psicoterapéutica, y eso pasa por la transformación paulatina de su autobiografía, que, recordemos, antes era insuficiente respecto a las causas y soluciones del sufrimiento que la aquejaba. El terapeuta amolda su psique a medida que “escucha” y participa en los nuevos desarrollos de su paciente, pero para ello tendrá que relativizar sus iniciales teorías, pues la dimensión humana y particular de una transformación psíquica no puede ser sustituida por una dimensión técnica, amorfa y predeterminada de una teoría generalizadora.

El paciente pone a disposición el esbozo incompleto e irresuelto de su autobiografía. Lo hace generalmente con las palabras, a las que se añade con discontinua evidencia la comunicación no verbal. El terapeuta pone a disposición de su interlocutor la experiencia personal que avala la validez de la psicoterapia, junto a su formación y conocimientos sobre la psique en general. Actúa prevalentemente con las palabras, junto a otras comunicaciones no verbales evidenciadas sólo en algunos casos por el paciente.

Y sobre todo, cada uno pone a disposición del otro una psique que presupone la posibilidad de la trasformación. Pero la psique, ¿es susceptible de aparecer en su entereza? Sabemos que la psique “habla” a través de palabras, aparece en los gestos, en los sentimientos y en su modo de relacionarse; se demuestra en una idea del mundo y en conceptos ideológicos; aparece en los valores y en el modo en que se plasman…

Eso, que no es más que un leve ejemplo, sucede en la psique del paciente y en aquella del terapeuta. Pero en el modo en que se relacionan entre sí, ¿existen posibilidades de conocimiento mutuo que no sean reconducibles al campo de lo observable? Palabras de la autobiografía de uno, palabras de la autobiografía del otro, palabras del relato de los sueños, elaboración de fantasías…¿Existe una acción oculta bajo las palabras pronunciadas durante la psicoterapia?

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