lunes, 24 de marzo de 2014

Angustia y Creatividad 1

1. La génesis de la angustia. El excedente libídico.

La capacidad específica del hombre reside en la polivalencia y la multiplicidad de las elaboraciones de la caja de resonancia que es la psique. A las respuestas inmediatas del instinto animal, el ser humano propone su aparato psíquico, con todas las características de almacenaje y mediación posible. Todo es más rico y variado, pues los estímulos y señales se agregan en el interior psíquico conformando nuevos estímulos y señales más complejas frente a los cuales la psique y en particular la conciencia va a organizar una estrategia adecuada de respuesta, ésta sin lugar a dudas mediada por proyectos y búsquedas novedosas, así como por la memoria y el poso de las experiencias anteriores.

Pero eso que es rico y variado procede de una elaboración que pasa por momentos de extrema dificultad, pues entre la estrategia de respuesta anterior y la que va a venir más adelante, la psique humana aparece expuesta a una sensación de retraso, a un vacío de experiencia, a una sobreabundancia tal de estímulos y señales recogidas por los órganos de percepción, que a un cierto punto ésta puede fácilmente asemejar a un estrecho canal del que no se vislumbra aún la salida, pero que por el momento la somete a una vivencia opresiva, a esa mezcla de vacío y sobreabundancia en la estrechez que denominamos comúnmente como angustia.

Y la pregunta que surge en estos momentos es la siguiente: ¿es la angustia un fenómeno natural de la psique o más bien el signo de una enfermedad sobrevenida? La angustia, ¿es ontológica o patológica? La respuesta no es fácil y sólo puede esbozarse en clave de hipótesis provisional. Pero dado el pasaje del instinto a la respuesta mediada, que tiende a la momentánea acumulación de señales sin respuesta, se nos antoja que la experiencia de la angustia, sobre todo en su carácter general, es una experiencia que es de sobras conocida por el ser humano, por cada ser humano en particular. ¿Cómo obviar la aparición de esos momentos de estrechez, de acumulación oprimente, de mediación dificultosa? La angustia aparece porque el ser humano o, mejor, su experiencia psíquica se ha ido dirigiendo hacia campo abierto y horizontes novedosos, pero para ello ha debido sufrir una trayectoria no lineal debido a las señales sin respuesta que mientras tanto iba acumulando.

Algunos autores han analizado esa dificultad de plena plasmación psíquica en equilibrio homeostático. La obra de Freud propone como causa de malestar psíquico la dificultad de responder directamente al deseo y la pulsión debido a la necesaria represión ejercida por la cultura y las normas sociales. Jung habla de excedente libídico, para ilustrar la enorme cantidad de energía que no logra encontrar fácilmente un canal que la ligue a la naturaleza. Bernheim mencionaba con el término parada el mecanismo  que entorpecía una y otra vez el aparato de las transformaciones psíquicas y la entera dinámica psíquica.

A cada pasaje psíquico, quizá, a cada fase de la vida, a cada escollo, a cada pérdida o a cada impacto que se opone a la sutilidad del equilibrio, aparece la estrechez, el agobio, la gravedad por la carencia de respuesta, inevitablemente, inextinguiblemente. Porque lo que la conciencia percibe en tantos momentos es precisamente esa “estrechez” que reside en la base etimológica de los conceptos estrés y angustia. Estrechez que abruma y oprime, que altera la conducta cognitiva y motora, y que, quizá, si nos aparece como demasiado intensa o demasiado duradera, acaba por penetrar en cada rincón de las funciones de la conciencia, oscureciéndolas y desdibujándolas, una y otra vez.

Por otro lado, podemos imaginar también algunos modos que tiene el ser humano de intentar evitar ese agolpamiento de señales que indefectiblemente conducirían a la angustia. Por ejemplo, la psique puede dejar de prestar atención a las señales provenientes del exterior. Para ello debe fortalecer la membrana que la protege de los estímulos y, si es capaz de ello, dedicarse por completo a permanecer en silencio existencial, indiferente al movimiento del mundo, como desarrollando una secuencia única cuyas referencias  se esconden en la más absoluta intimidad. Se requiere entonces consumir una energía generada sólo adentro, donde equilibrar sutilmente la producción y el empleo de la misma energía, sin renovación posible. Se requiere en verdad una gran fuerza de voluntad, pero también un gran desinterés y una sorprendente falta de curiosidad. Por otro lado, hay que mantener la calma y desoír las voces externas, desatender el movimiento nervioso de aquellas siluetas que buscan inquietar la inmensa calma del océano callado, y silenciar toda tentación hacia el lenguaje, sobre todo eso. El resultado de dicho procedimiento (si es que cabe imaginar aquí un procedimiento) abarca desde las barreras autísticas hasta el autismo más profundo y global.

Pero existen además otras maneras de tratar de evitar la angustia. Existe la posibilidad de la fijación, tan bien estudiada por Ludwig Binswanger, donde la atención recala en un objeto parcialmente visible para los demás, esto es, menos íntimo que en el autismo, como una idea delirante, o una pretensión suprema, o una acción compulsiva. Pero esa visibilidad parcial de la fijación debe ser inatacable, no susceptible de variar por el concurso del otro. Esas temáticas, cuyo trasfondo es el control, deben tener una aportación energética muy decidida y plasmarse parcialmente hacia el exterior pero como si en el fondo se tratase de un desafío, de un reto que se plantea para demostrar que la visibilidad no siempre significa vulnerabilidad. Ya no existe la angustia, esa estrechez general que hace que la psique sienta su precariedad, sino que la precariedad es percibida como la pérdida momentánea del control. Se requiere más aportación energética sobre la sustancia de la fijación, sólo eso. Hay que dejar las dudas y concentrarse en ello, digan lo que digan, observen lo que observen, piensen lo que piensen. La anorexia, el delirio y las conductas compulsivas proceden de un repliegue de una realidad demasiado compleja e inatacable. Por fin un tema, un único tema que controlar. Fuera dudas y… ¡Acción! El cuerpo abandona toda relación y asimismo el lenguaje, y vaga por el espacio colectivo, mostrándose descarnado desde el lado exterior, pero paradójicamente protegido desde el yo. Así sucede con el delirio, cuyas ideas se concentran y conducen en una relación unívoca hacia el exterior, inermes por un lado, pero curiosamente asidas al yo que las conduce por el otro. Y qué sabrán los demás de la pasión que reproduce una y otra vez, con una descarga anunciada interiormente, el evento psíquico, deshaciéndose de toda incerteza, de toda tensión situada en un espacio real entre la psique y el mundo, para pasar a ser un dilema sólo entre el yo y la acción de descarga compulsiva que sólo mi cuerpo y mi mente produce…

Esto son algunos ejemplos de cómo la psique es capaz de desembarazarse de la angustia o de confinarla en una espacio protegido, bajo control. Es probable que pudiera explicarse la entera psicopatología estudiando cada mecanismo psíquico que interviene como evitación o desviación en espacios protegidos de la angustia, por un terror humano, muy humano, a sucumbir en ella.


Infórmate sobre su próxima conferencia: Los miedos en la adolescencia.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Porque creen que el ejerciocio humano de evitar la angustia es tan comun?

monica helena yepes muñoz dijo...

Para alguien curioso de su individualidad la angustia seria un desafío, en contraste ,para alguien que interpreta "su buena salud mental" como la ausencia de ésta angustia. Y surge un interrogante:los ansiolíticos como otra actitud mas, serian en muchas ocasiones otra manera mas de elegir " fuera dudas y...acción" ?

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