jueves, 3 de abril de 2014

Psicoterapia 1

Introducción
Psicoterapia de la psique (analítica, psicológica, psicoanalítica, psiquiátrica, existencial…) significa el tratamiento o la cura de la psique a través de la psique. Ese es el presupuesto inicial y el resultado que se espera obtener a lo largo del peculiar encuentro entre terapeuta y paciente formalizado alrededor de la noción de sufrimiento psíquico.

El encuentro psicoterapéutico implica, entonces, el encuentro entre dos psiques. La psique del paciente, que trata de comunicar su sufrimiento, y que por tanto es miembro co-fundador de la relación psicoterapéutica, busca ser acogida -aceptada y comprendida- por la psique del terapeuta. La psique del terapeuta, a su vez, se dispone desde el principio a lograr esos mismos objetivos, de lo cual se deduce que debe estar capacitada y motivada desde antes de la aparición del paciente a ejercer esa función.

Encuentro y diálogo entre dos psiques, la psicoterapia es el campo donde actúan las psiques en toda su extensión: hablando de si mismas, de la del interlocutor y del mundo, por ese orden en el caso del paciente; hablando de la psique del interlocutor, del mundo y de si mismo según el orden de la perspectiva del terapeuta.

Una vez aclarado el concepto de la psicoterapia cual encuentro entre las psiques, o más etimológicamente todavía cual curación o cuidado de la psique a través de la psique, el primer interrogativo que podría ponerse es cuál es la modalidad bajo la que la psique se manifiesta, o mejor, cuál es la vía usada por la psique para comunicar su sufrimiento. El paciente, ya desde el primer encuentro psicoterapéutico, relata las peculiaridades de su dolor, y lo hace fundamentalmente con el lenguaje hablado, aun acompañándolo de gestos, de una disposición particular en el estudio, de inflexiones emocionales, de una mímica y de una mirada de expectativas, entre otras cosas. El terapeuta, de igual manera, se dedica a escuchar las verbalizaciones del paciente, observa los otros datos antes reseñados de forma somera y, finalmente, utiliza el lenguaje hablado para preguntar, indagar o informar de los planes necesarios para el andamiento terapéutico.

Es decir, en ámbito psicoterapéutico, ya desde el primer encuentro, la psique de los dos interlocutores opta por conducir sus contenidos a través de la palabra. Digamos que la psique en esa circunstancia terapéutica “actúa” a través del lenguaje hablado, se sirve de la palabra para transmitir sus contenidos e, incluso, para transmitir las formas e imágenes de su dolor y su alienación.

Pero todos sabemos o intuimos que la psique extiende sus dominios más allá del reino de la palabra. Todos sabemos la importancia de los sueños, de las fantasías, de los afectos o del estado del humor, por poner unos pocos ejemplos. Sabemos también que esas experiencias pueden servirse sólo parcialmente de la palabra, tan bien habilitada para conducir aspectos normativos o puramente conceptuales. Y, en cambio, esas experiencias tan poco dadas a la palabra representan una buena parte de los discursos que se establecen en el ámbito psicoterapéutico. ¿Cómo hacen – el paciente y el terapeuta – para devolver al campo de lo que no es expresable el material subyacente o acompañante a esas palabras? ¿Cómo hacen para no quedarse anclados, simplemente, en conceptos y teorías, o en la mera representación verbal de la propia biografía? Recordemos por un instante que estamos hablando de psicoterapia, es decir, de la terapia de una psique a través de otra psique. Eso debería inducir a la reflexión sobre la naturaleza afín de las psiques: tan psique es la psique del paciente como la del terapeuta. Y las dos hablan en el ámbito de la psicoterapia mediante el lenguaje, aunque lo hagan con unos lenguajes totalmente diferenciados, a veces incluso contrapuestos. Ese detalle resulta comprensible, dados los presupuestos del dolor de una de ellas, pero ¿cómo consiguen ponerse en relación, si lo que hablan son lenguajes tan diferentes? ¿Cómo hace cada psique para relativizar su propio rol y su propio lenguaje de manera que resulte asequible y pueda ponerse en relación con la psique de su interlocutor?

En psicoterapia cada palabra trasluce una acción. En el caso del paciente, la acción mediatizada por la palabra proviene del pasado, o conduce algo del presente, o tiende simplemente hacia un futuro. Además, habla de conceptos, o de síntomas, o de imaginaciones o deseos, o quizá, en los casos más graves, expresa directamente su desmoronamiento. En el caso del terapeuta, la acción mediatizada por la palabra proviene de su cultura, de su formación terapéutica y de sus motivaciones profundas, dirigiéndose a la psique del paciente de la manera más clara y diáfana posible, de modo que pueda entrar en relación con ella.

La acción transportada mediante las palabras del paciente suscita imágenes, sentimientos y eventos que corresponden al arco de su vida, junto a una motivación personal para buscar salida o solución a su problemática actual. Esta problemática actual puede excavar sus raíces en el pasado, o en un presagio infausto, o bien derivar de alguna circunstancia presente. Pero desde el instante que se expresa en la sede de la psicoterapia, la palabra-acción que dramatiza la sensación de sufrimiento psíquico hace revivir en modo actual la dimensión vital y problemática del paciente. Porque sus palabras expresan el contenido de su vida.

La acción transportada por las palabras del terapeuta traduce un saber. Él no acude a la sede de la psicoterapia para expresar su historia familiar, sus dudas y sus problemas afectivos o existenciales. Pero se supone que lo haya hecho previamente. Es más, el paciente supone que el saber del terapeuta proviene de esa experiencia personal, en sede psicoterapéutica, que luego se haya visto refrendada por unos conocimientos, una formación y una toma de contacto profesional con otros pacientes. Las palabras del terapeuta traducen una experiencia vital a la que se añade una experiencia profesional.

¿De qué manera la psique del paciente, mediante palabras que expresan a veces el entero arco de su vida, es capaz de incidir en la psique del terapeuta, para comunicarle su sufrimiento, su terror, su alienación o su tristeza? Recordemos que el terapeuta no “ve” la vida del paciente, no conoce de qué manera desarrolla auténticamente sus movimientos, sino que “escucha” un relato subjetivo, una visión autobiográfica, cuyo estilo y dimensión semántica puede tener relación con la vida real del paciente, de la misma manera que puede concernir directamente al encuentro terapéutico. Volveremos sobre ello más adelante.

¿De qué manera consigue la psique del terapeuta, cuya acción es conducida por las palabras (no sólo, pero sí en su mayor parte), manifestar sus saber, sintetizando y clarificando sus dotes de penetración y entendimiento al límite de hacerlas asequibles e incisivas para la vida de ese otro al que, recordemos, no conoce más que limitadamente? Hemos dicho que se supone que el terapeuta haya hecho experiencia personal de psicoterapia. Es decir, que conozca el límite impuesto por el horario preciso y por el hecho de explicar su vida a través de palabras, por añadidura frente a otra persona de la cual no conoce más que su capacidad profesional, esto es, de la que no se intuye aún una vida. (Continúa)

Autor: Dr. Ricardo Carretero G.
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