miércoles, 23 de abril de 2014

Reflejo y reconocimiento en el proceso psicoterapéutico 5

Digamos que en un principio el hombre tenía suficiente con buscar imágenes reflejadas por la naturaleza. El agua conseguía dar una idea de la exterioridad de los cuerpos y de los objetos reales, además de una visión intuitiva de las profundidades, puesto que era confín, y sugería una sustancia interior, en sí misma y en el hombre que la contemplaba. Por mucho tiempo eso fue suficiente. Pero en un determinado momento apareció la técnica, y el hombre aprendió (por curiosidad o avidez, o por ambas cosas a la vez) a extraer y manipular los metales. De la mano de la técnica, el hombre siguió hacia adelante, abandonando siempre más la guía del sol y los astros, del agua y de la profundidad de sí. Es muy posible que se abriesen expectativas excesivas. La técnica situaba al hombre en una mayor autonomía, pero también en un mayor desamparo. De ese desamparo, una vez violados los templos y las entrañas de la naturaleza, el hombre se introdujo en la soledad y, quedando solo, tuvo necesidad, para distraerse, de una mayor cantidad de imágenes que le reflejasen, lo que llevó a la necesaria invención del espejo. Eso trajo consigo la salvaguardia exterior de la propia autonomía (el amor de sí, el espejo, el retrato), pero por ello tuvo que pagar un duro precio: el olvido de sí mismo, es decir, quedó sin sustancia, sin profundidad, proyectado en la multiplicidad formal de la naturaleza como simple apariencia de sí mismo.

Pues es verdad que uno puede espejarse sea en el agua sea en un espejo, pero no hay duda que existe una enorme diferencia entre la cualidad y calidad de las imágenes obtenidas. Para empezar, la calidad de las imágenes reflejadas en un espejo es mayor, más nítida, más estable. Si nos imaginamos a un hombre con un espejo en la mano, entenderemos que puede estar todo el tiempo que quiera recibiendo su rostro reflejado sin variar la imagen que con ese objeto obtiene. Habría que pensar en un temblor en su mano o en un terremoto para imaginar turbulencias en la visión de su rostro invertido. Incluso podríamos añadir que ese mismo hombre, junto a su imagen exterior reflejada, podría obtener del espejo, bastante nítidamente y dependiendo del ángulo que recogiese, imágenes relativas, pongamos por caso, a los árboles que lo rodean o a las nubes que en ese día pueblan el cielo a sus espaldas. Lo que del objeto espejo no puede obtener es la profundidad. Esa cualidad es abastecida en mejor medida por las aguas. El agua es confín: cuando en ellas nos espejamos vemos, en su superficie, sólo la capa superficial de nuestra imagen, pero cuando miramos el agua no podemos olvidar que es una sustancia líquida, no podemos olvidar que tras esa capa superficial se esconden una infinidad de planos que se escapan a nuestra visión. El reflejarse en el agua, así, recoge una imagen superficial de sí que por fuerza (por mimesis con la materia reflejante) está en relación con la gran infinidad de capas y planos que se esconden detrás de ese ángulo del rostro que se hace visible. El espejo, por el contrario, es plano, y quien en él se mira no puede olvidarlo, con lo cual su imagen, y las de los demás elementos que podrían rodearla (los árboles, las nubes) concurren en un mismo plano, sin relación de profundidad, confundidas, sin cualidad diferente, pues la cualidad reside en el espejo, que a todas las abarca por igual.

El reflejo en el agua, entonces, ofrece una imagen parcial, una apariencia invertida, sin pretensión ni posibilidad de ser juzgada como imagen de un todo, sino de un solo aspecto de la persona o cosa reflejada, de un solo instante. Y a pesar de ese límite, justamente gracias a él, el hombre alcanza (gracias a la inabarcabilidad del agua) una sensación que lo relaciona con su propia sustancia inaprensible y total, quizá cósmica, aunque sea una sensación que no traduzca pruebas. Pero la oscuridad e inaferrabilidad del agua (por debajo de su superficie aparente) es una verdad que no necesita pruebas. Y de agua, también, está hecha la sustancia del hombre.

Pero en tiempos sucesivos la avidez empujó a los hombres a excavar las profundidades de la tierra y a violar el carácter secreto de la naturaleza, para apoderarse de lo que ésta había querido que quedase velado... El hombre se olvidó de "conocerse a sí mismo", perdió el contacto con la naturaleza. Estos pasos de Séneca querían ponernos sobre aviso de un gran peligro. El peligro de perder, gracias a los datos aparentes y marginales de sí, el conocimiento auténtico de sí mismo, sólo cognoscible por vía intuitiva y sintética… Pero el pensamiento de Séneca no era compartido por su época. El uso común del espejo se multiplicaba. Los filósofos discutían sobre la propiedad de los espejos. Sabemos por Marco Fabio Quintiliano (7) que el gran orador Demóstenes preparaba sus oraciones estudiando su eficacia en un espejo. Plinio el Viejo, encontraba cual virtud natural del espejo la reflexión.

Desde ahí, el espejo va siendo indicado como la causa de la reflexión en el hombre. Escuchemos las palabras de Plinio el Viejo, de nuevo parafraseado por Luisa Martina Colli: "Sólo a causa del espejo el hombre puede reflexionar, y es por aquél que éste puede conocer su propio reflejo, de la misma manera que el hombre reconoce su sombra a causa del sol. El espejo —como forma y como materia— llega a asumir el relieve simbólico más importante, en cuanto límite y mediador entre apariencia y esencia, entre mundo sensible y mundo invisible."(8)

Estos son algunos de los pasajes que se pusieron en boga. ¿Pero estamos seguros de que el espejo es la causa de la reflexión? ¿Estamos seguros de que, como el sol causa la sombra, el hombre puede "conocer" su reflejo? Empecemos con lo de la reflexión, sin duda un término que volverá más veces en este trabajo, debido a su característica indefinición, al menos en algunas acepciones.

7) Marco Fabio Quintiliano. Institutio Oratoria, libro XII
8) Luisa Martina Colli. Paráfrasis de Plinio el Viejo, Historiae Naturalis, libros XXXVII: XXXIII. 45
                  
Autor: Dr. Ricardo Carretero G.
Infórmate sobre su próxima conferencia: Los miedos en la adolescencia.

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